lunes, 25 de abril de 2011

Revista Docencia LA CONSTRUCCIÓN DE LA ESCUELA COMO ESPACIO CARCELARIO

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 LA CONSTRUCCIÓN DE LA ESCUELA COMO ESPACIO CARCELARIO
y
La construcción de la escuela como espacio carcelario1
Javier Marambio  Sofía Guzmán
Ante tantas medidas anunciadas para mejorar la calidad de la educación, sobre las cuales hubo escasa o nula participación de los actores educativos, nos pareció atingente publicar este artículo acerca de cómo los jóvenes significan su espacio escolar. Mientras se piensa en la creación de 60 liceos de excelencia, que terminará por profundizar la segmentación de la educación, pensamos interesante dar a conocer la sensación de encierro, sometimiento y falta de libertad que experimentan día a día miles de estudiantes secundarios.
1 El artículo se enmarca en el estudio Las representaciones sociales del espacio escolar en jóvenes en dos liceos municipales. La construcción de la escuela como espacio carcelario. Memoria para optar al título de psicólogo. Carrera de Psicología. Facultad de Ciencias Sociales. Universidad de Chile. 2004. Es posible descargar el estudio en la página http://www.cybertesis.cl/tesis/uchile/2004/guzman_s/sources/guzman_s.pdf DOCENCIA Nº 42 DICIEMBRE 2010 56 R E F L E X IONE S P E DAGÓG I C A S
Introducción
La interrelación del espacio físico-social con las distintas facetas del ser humano tiene una influencia que ha sido reconocida, principalmente, desde el punto de vista de la psicología, con respecto a los primeros estadios del desarrollo humano. Esto se traduce, por ejemplo, en propuestas como las de María Montessori o Rudolf Steiner, quienes otorgan un lugar significativo en sus propuestas al rol fundamental que juega el dise­ño de espacios adecuados en el desenvolvimiento del niño3. Esto, en tanto el espacio es portador de significa­dos sociales que, en cierta medida, condicionan nuestro comportamiento, pero, más aún, nuestra visión del mun­do. Este reconocimiento de la importancia de un buen diseño del edificio escolar es realizado, entre otros, por la UNESCO, quien a través de Rodolfo Almeida nos se­ñala que un establecimiento con una arquitectura apro­piada puede ayudar a mejorar el proceso educativo4.


Siendo el espacio escolar sumamente rele­vante para los actores de la escuela, especialmente los jóvenes, quienes la mayoría de las veces son escasa o nulamente considerados a la hora de proyectarlo, realizamos un estudio cualitativo exploratorio para conocer cómo los estudiantes significan y se repre­sentan dicho espacio. La muestra estuvo integrada por 16 jóvenes de Tercero Medio (en igual proporción de mujeres y hombres) de dos liceos municipales ubica­dos en dos comunas vecinas, al sur de Santiago; y que identificaremos como Liceo A y Liceo B.
El Liceo A está ubicado en un sector céntri­co de una comuna al sur de Santiago. Es un estable­cimiento polivalente (científico-humanista y técnico-profesional), con una matrícula total superior a los 1.200 alumnos desde 1º a 4º medio. El sector residen­cial que lo rodea posee una alta densidad poblacional, perteneciente a un sector de clase social-económica de nivel bajo y medio-bajo, encontrándose en ella problemas de drogadicción y delincuencia, caracterís­ticas que marcan fuertemente al alumnado.
El Liceo B se localiza en el centro de otra comuna al sur de Santiago. Es científico-humanista y cuenta con una matrícula superior a los 1.600 alumnos entre 1º y 4º medio. Su alumnado pertenece a clase media y media-baja, proviniendo la mayoría de la misma comuna.
Luego de realizar una observación directa en los establecimientos educacionales, que permitió adentrarse en el espacio escolar y los usos que de él hacen los jóvenes, se entrevistó a 4 alumnas y a 4 alumnos de cada liceo, los que fueron seleccionados de acuerdo a las posibilidades que nos dio la institución, con ayuda de los inspectores y de los mismos jóvenes entrevistados.
Para comenzar las entrevistas, lo primero que se les pidió a los estudiantes fue que dibujaran un mapa de sus liceos; luego se les solicitó que, haciendo uso de éste, relataran cuál era su recorrido diario por el establecimiento. Este trabajo fue muy útil, ya que, apar­te de posibilitarnos tener un mejor acercamiento a la percepción de los jóvenes respecto a la infraestructura y organización de sus liceos, nos facilitó la tarea de que éstos pudieran hacer una abstracción del espacio físi­co del establecimiento, permitiéndoles mirarlo y tomar conciencia de él. Esta toma de conciencia los sensibilizó frente al tema, y generó un grato ambiente durante la entrevista. Así fue posible describir, identificar y analizar


3 Pol, E. & Morales, S. (1986). El entorno escolar desde la psicología ambiental. En F. J. BURILLO, & J. ARAGONÉS (Eds.), Introducción a la psicología ambiental (pp. 283-301). Madrid: Alianza Editorial.
4 Almeida, R. (1999). «Tendencias y estrategias de diseño para establecimientos educacionales nuevos». Boletín Proyecto Principal de Educación en América Latina y el Caribe, N° 48, UNESCO, 73-87.57


las valoraciones que los alumnos otorgan a su espacio escolar. Para dar cuenta de los resultados nos referire­mos a la evaluación que realizan del espacio físico y de la disciplina, luego a las representaciones que le surgen desde allí y, por último, a cómo es el espacio escolar imaginado.
Evaluación del espacio físico
Los jóvenes entrevistados consideran que disponen de un espacio reducido, limitado; se sienten apretados” y en una infraestructura precaria a la que le falta mantenimiento. Dicen que no existe imple­mentación adecuada para desarrollar las diversas acti­vidades que el liceo propone, contando con lo mínimo necesario y, en algunos casos, ni siquiera con esto.
“Que no hay espacio…, estamos muy apretados, chocando uno con otro” (Joven 5).
“Considero que el liceo tiene muchos alumnos y le falta infraestructura” (Joven 14).
“En general… a ver… un liceo grande, no de muy buena infraestructura, se nota y ve rayado (...) Las sillas viejas, todas rayadas… los baños el año pasado eran asquerosos” (Joven 2).
Además, consideran que la deficiencia en la infraestructura afecta a la seguridad que el lugar les ofrece: “La seguridad es mala, los cables sueltos y al aire, ampolletas quemadas…” (Joven 2)
y algo súper importante sería una zona de evacuación adecuada, que hace harta falta” (Joven 4).
“…aquí no hay ningún lugar donde arrancar si tiembla. Antes había y con el patio techado ya no hay un lugar seguro” (Joven 8).
Uno de los espacios centrales dentro del liceo, por la cantidad de tiempo que pasan los alumnos en él, es la sala de clases, de la cual hacen una evaluación bastante crítica. Las encuentran demasiado pequeñas y en malas condiciones, las califican como monótonas, aburridas y que no favorecen el aprendizaje.
“Las salas son muy chicas, somos muchos en la misma sala, son feas, apagadas, pintadas del mismo color” (Joven 3).
“El mobiliario de colores oscuros, feos, las mesas feas, incómodas, de a dos, quiere salir uno y el otro se enoja, es fome, deberían ser individuales” (Joven 15).
“Las sillas y las mesas, las antiguas, no me gustan (...) como que chocai o te quitan el espacio y te ponen el codo (...) estay muy apretado y no podís trabajar bien” (Joven 1).
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El número excesivo de alumnos dentro de ellas los hace sentirse apretados, lo que sumado al desorden y al ruido provocan que el ambiente de la clase sea muy desagradable.
más salas faltan, para que queden poquitos alumnos por sala, como máximo 20 porque son tantos que uno termina tan estresado en un ambiente tan denso y tenso, tanta bulla” (Joven 4).
“Es que 45 personas en una sala es demasiado, todos hablando, es insoportable” (Joven 12).
Otro elemento que hace que las condiciones ambientales al interior de las salas no sean las más favo­rables para el estudio, es la mala ventilación, lo que les produce una sensación de encierro y de malestar físico.
“No se pueden abrir las ventanas, tienen unos fierros, entonces no podemos abrirlas, y las cortinas deben estar siempre cerradas, la puerta también, entonces no entra mucho aire” (Joven 13).
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“Sería más agradable que le sacaran las pinturas a los vidrios, que sean más agradables las salas, porque de repente no dan ni ganas de entrar. Por lo mismo, es como un encierro, si a veces lo único que le pedimos a los profes es que salgamos al aire libre a hacer las clases. Algunos aceptan abrir la puerta para que circule el aire, por último” (Joven 8).
“Eso está mal, las ventanas están muy arriba, casi al llegar al techo y no se abren. Tendrán unos 15 cms. Y esas son las que se pueden abrir, las otras, como el ventanal, esas no se pueden abrir, da calor. En lo personal me duele la cabeza con el calor. Los chiquillos se ponen insoportables con el calor” (Joven 15).
Como que siempre uno respira aire caliente y da sueño. En el verano falta aire y en el invierno da frío. Pero cuando hace mucho calor es insoportable estudiar, falta oxígeno y uno se agota altiro”. (Joven 9).
121No habiendo una medida por parte de la institu­ción frente a la mala ventilación, los jóvenes reaccionan ante esto rompiendo los vidrios como la única alter­nativa posible que ven para “solucionar” el problema.
Es que cuando necesitamos ventilación ha­cemos tira algunos vidrios, porque las ventanas no se pueden abrir y tienen unas rejas por fuera, barrotes, la mayoría tienen barrotes. En todas las salas, sobre todo en esta época, se rompen más vidrios, es que es muy poca la ventilación que hay” (Joven 9).
Los jóvenes también hacen una evaluación negativa respecto a la iluminación del espacio de la sala de clases.
“Lo que no me gusta es que pinten los vidrios, es como ¿pa’ qué le pusieron vidrios si los iban a pintar igual? Los tapan y se ve muy oscuro, uno no puede mirar. No sé en realidad para qué ponen ventanas…” (Joven 8).
Destaca, por otra parte, el valor que los jóve­nes le asignan al patio. Este lugar tiene una especial sig­nificación para ellos, ya que es ahí donde ocurren las interacciones más recurrentes con sus compañeros, siendo el espacio social por excelencia. La mayoría de los jóvenes prefiere aquellos lugares donde encuen­tran áreas verdes, dicen sentirse a gusto y agradados en el “contacto con la naturaleza”.
No obstante, manifiestan desagrado frente a los patios que no poseen vegetación y en los que sólo hay cemento. Los consideran vacíos y sin atractivo, sin vida, como lugares muertos y perdidos, que no pro­pician la interacción –sea para conversar, estudiar o jugar–, así como tampoco les permiten protegerse del calor, sentarse o simplemente descansar. La sensación es la de no querer estar ahí, de salir de esos lugares. “Ese patio es como puro calor, todo plano, cemento, no hay como recreación, no hay árboles, no hay nada, no dan 59


ganas de estar ahí. En cambio este de atrás, tiene ban­cas, arbolitos, se puede sentar uno, hay un poco de pasti­to, no es puro cemento. Da la sombrita, da gusto estar, es cómodo. Aquí adelante también hay unas banquitas y un poquito de verde. Atrás sí que no hay nada, ni para mirar, ni para sentarse” (Joven 13).
La evaluación negativa frente a la falta de es­pacios, también la podemos observar respecto a otras dependencias del establecimiento, específicamente en el liceo B, como el gimnasio, el comedor y los baños, estos últimos bastante escasos, ya que se les hacen pocos y su uso está restringido sólo al recreo.
El gimnasio... es que está muy feo, debería ser mejor. Bueno, uno no puede pedirle mucho al liceo, pero no tenemos nada…” (Joven 16).
El comedor es chico, siempre se hace enano (...) Los baños son pocos, siempre falta tiempo para al­canzar en el recreo” (Joven 14).
Sí, se hacen filas para pasar, es que somos tantos alumnos, aparte que hay baños que tienen las puertas malas” (Joven 13).
Resulta importante destacar la crítica de las jóvenes por la poca privacidad que tienen al interior de algunas dependencias del liceo, tales como baños o camarines.
No hay privacidad, es como un cuarto abierto, cualquiera puede ver. Es como duchas y una banca. No tenemos cortinas en las duchas y no hay respeto por lo privado de uno” (Joven 13).
Además, evalúan negativamente la presencia de rejas en diversos lugares de su liceo. Los jóvenes se sienten encerrados al toparse con ellas a cada ins­tante, y manifiestan abiertamente su desagrado, des­contento e incomodidad. Creen que esa sensación de encierro no favorece en nada el clima escolar, así como tampoco las condiciones de estudio al interior del establecimiento, limitando su posibilidad o deseo de acceder a dichos espacios debido a ellas.
El último pabellón es feo y nunca voy para allá, está lleno de puras rejas y me carga sentirme tan encerrado” (Joven 6).
Actitudes hacia lo disciplinar
El tema de la disciplina al interior de los liceos es sin duda un aspecto importante de su dinámica, ya que rige gran parte de las acciones y comportamientos que pueden o no realizar sus alumnos. La actitud de los jóvenes ante las normas que se les exigen es de rechazo. Les parecen excesivas y a veces inadecuadas o absurdas. Sienten que a través de ellas se los oprime y reprime, viendo su capacidad de acción y desarrollo limitada y restringida.
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Aquí en el colegio uno siente que está encerrado y que no podís hacer esto o esto otro, como sensación de reglas” (Joven 9).
“…es fome, porque hay muchas reglas que los inspectores imponen, por ejemplo que los aros, la ropa, el desorden…” (Joven 1).
Esta sensación de vivir normados, es asociada por los jóvenes a la falta o pérdida de su libertad, lo que se ve favorecido por el espacio del liceo, descrito como un lugar monótono y cuadrado. Esto los lleva a preferir aquellos lugares donde no se sientan tan observados, es decir, los lugares donde la presencia de los inspectores es menor.
Mal, presos, si a veces el profesor de religión nos saca a la plaza y ahí es rico estar, fresquito, tranquilo, podemos ser como somos” (Joven 2).
Incluso se da la paradoja que, a la hora del recreo, los alumnos se sientan más libres en lugares cerrados como las salas o los baños, que en el patio, lo que es asociado también a la presencia o no de inspectores.
No sé… es que ahí están los inspectores, los profesores. En el recreo ni salimos al patio. Somos todos unidos en el curso, en la sala estamos mejor, más libres…” (Joven 2).
Además de la conducta, las reglas apuntan al control de la presentación personal, lo que sienten como una falta de respeto a sus formas de ser, así como un desinterés por lo que a ellos les pasa.
Sí, ahí pasan mirando que no andes con pulseras o aros grandes, pintura de uñas o que el pelo no sea más largo de lo que piden (…) Están demasiado preocupados de lo que proyecta el alumno hacia fuera, pero en la parte interna… no pescaban. Controlan más el aspecto físico” (Joven 8).
Este desinterés por sus inquietudes se puede observar, por ejemplo, en ciertas decisiones que se les imponen, y de las cuales sienten que podrían ser consultados.
Este año para la decoración de la sala, pintamos un mural súper bonito. Cada uno pintó sus manos en la pared y quedó muy lindo, pero tuvimos que borrarlo porque nos retaron. Nos dijeron que era una maldad y había quedado tan bonito” (Joven 13).
La sensación que tienen los estudiantes de constante vigilancia e imposición, la viven como una falta de confianza hacia ellos, sintiéndose etiquetados como “delincuentes” y “malos”.
“…más libertad y confianza en que no somos delincuentes... Sí, yo creo que si confiaran en uno nos tratarían mejor, no tanto reto y reglas, sería más agradable para todos” (Joven 13).


Yo siento que es cárcel como con timbres y pa’ dentro, con alambres como si fuéramos… malos” (Joven 5).
Las imágenes (representaciones) con que rela­cionan su liceo
La escuela-cárcel
El encierro, la disciplina y el uniforme hace que para estos jóvenes la imagen más recurrente y categórica asociada al espacio escolar sea la de una cárcel. Están acostumbrados a referirse a su liceo como cárcel, a su sala como celda o jaula y al inspector como “el paco”.61
O sea, mira, si describimos las salas, tú estás con mucha gente en un espacio muy pequeño, hay po­cas ventanas y pequeñas, las ventanas tienen rejas y más afuera hay otra reja y otra reja más grande. La luz es es­casa, la sensación es de encierro, tenemos luz artificial. Si tú describes eso, la concentración de gente, los inspectores en el patio, que siempre nos observan y vigilan, temen a las fugas y los alumnos viven soñando con cómo hacerlas y por dónde. Tenemos un uniforme. Si tú describes cada punto sin decir dónde estás es muy similar a una cárcel (...) Es como la vida del recluso (...) La diferencia con la cárcel es el régimen de libertad condicional, si tú no vuel­ves te mandan llamar, no firmamos un cuaderno pero levantamos la mano y decimos presente” (Joven 10).
Perciben, a su vez, que la finalidad de este sis­tema carcelario es moldearlos, adaptarlos y someter­los al poder dominante. Esto les preocupa de sobre­manera, ya que consideran que este sistema deshu­maniza al hombre, volviéndolo insignificante, uniforme y sumiso, razón por la cual, encuentran alarmante que las escuelas se presten para este fin.
A uno lo educan y en el fondo te están en­señando a ser cuadrado, y al final sales de este porte [con los dedos hace la forma de un cuadrado pequeño] y eso les sirve para seguir manteniendo un orden que lo domina todo y a todos y las escuelas se están pres­tando para eso (…) A ellos no les conviene que seamos diferentes, les conviene que sigamos así, sumisos, chi­quititos y que sigamos aguantando todo lo que están haciendo…” (Joven 11).
141 Los jóvenes perciben que la comunidad con­sidera como normal el funcionamiento del sistema social del que forman parte, lo que les impide darse cuenta de cómo estos se sienten al interior de sus liceos. Los alumnos se ven atrapados, así, en un lugar ajeno y que no les pertenece, del cual no han parti­cipado en su creación, por lo que es experimentado como un espacio obligatorio, impuesto. Podríamos de­cir que viven en un espacio alienado.
“Aquí nos sentimos acorralados y yo sé que igual la gente no cacha eso. Yo creo que como toda la vida ha sido así... Lo mismo pasa con el colegio. Tú entras a una edad en que no puedes opinar y cuando te das cuenta ya estás adentro, lleno de rejas, con reglas que ni te preguntaron (...) Es todo un monopolio, un poder que se nos impone y punto. Están todos convencidos de que eso es lo correcto” (Joven 11).
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Sienten, además, que las opciones al respecto son escasas o inexistentes, no viendo otra salida más que adaptarse a este sistema que tanto los desagrada, ya que las consecuencias de estar fuera de él son muy negativas.
Este sistema, esto que me adapto, pero no me agrada. Lleno de rejas y puntas con vidrios en las paredes pa’ que no te escapes y si no te gusta te castigamos y si insistes te echamos y si te echamos no te puedes integrar a la sociedad y te adaptai o te adaptai, porque si no cuando estés afuera te vas a morir de hambre y te vas a morir no más y de ti depende morir o no” (Joven 11).
Esta imagen del liceo como recinto de reclu­sión ha sido incorporada por los jóvenes, afectando el cuerpo y su experiencia.
El cuerpo oprimido
Otra de las imágenes que los jóvenes cons­truyen de su espacio escolar se refiere a la vivencia que tienen de su cuerpo. Dicen experimentar su cuer­po más pesado, fatigado y desprovisto de energía, lo que genera desánimo y ganas de hacer nada. Perciben que se les está exigiendo adaptarse a una estructura rígida e inflexible, que los aprisiona, y el paso por el liceo se vive como la sensación de estar “metido en un molde”, “enlatado”, “encajonado”. Los alumnos se sien­ten tensos y rígidos, “como si te pusieran un yugo”, y su cuerpo es vivido como oprimido.
“No sé, es una sensación rara, como de pesar mucho. El cuerpo de uno es como que se pone lacio y a la vez pesado. (…) Es como de no tener energía, como de estar fofo, sin ganas, lento, pesado… Ay… no sé, como de mucho cansancio y peso a la vez... (…) como esa sensación que te conté antes de llegar y que te pusieran en algo o dentro de algo, como si te pusieran un yugo, como a los bueyes en el sur (…) Uno pasa cansado, desanimado, no dan ganas de nada, tener ánimo significa hacer un tremendo esfuerzo” (Joven 9).
Esta sensación corporal de sí mismos está asociada exclusivamente al espacio escolar (discipli­nar), y sólo comienza a desaparecer una vez fuera del establecimiento, donde la vivencia es diametralmente opuesta. Los jóvenes se sienten libres, ligeros y llenos de energía; contentos.
“Afuera uno se siente con más energía, más ágil, alegre… no sé, adentro como que te pesan los brazos, las piernas y a todos nos pasa, es colectivo en el liceo, yo soy muy observadora y yo veo que todos andamos igual… son cosas que uno no analiza mucho. En general, tú ves a todos igual… [Bosteza]. (…) Yo pienso que por la presión que es para los alumnos estudiar y estar encerrado estudiando, vigilado, uniformado... yo creo que es un todo” (Joven 15).
El espacio escolar imaginado
Los jóvenes tienen una clara idea de cómo les gustaría que fuera el espacio donde estudian y apren­den: un liceo más grande, más amplio y con mayor nú­mero de dependencias, donde los alumnos pudieran elegir sus salas, además de poder diseñarlas de forma más estimulante, física y estéticamente; un lugar que propicie el contacto social, donde profesor y alumno puedan interactuar, y donde puedan conocerse con el resto de sus compañeros. En este sentido, la imagen que los jóvenes tienen del espacio tradicional de clase es la de una rutina que los aburre, en donde el alumno asume un rol pasivo, versus el rol activo del profesor. Es así, que evalúan positivamente que puedan realizar alguna actividad novedosa en la clase, que les permita ocupar sus manos (y su cuerpo) y que les ayude a pensar, no sólo copiar lo que el profesor dicta.
Dentro del marco de la actividad del alum­no dentro de su liceo, encontramos la necesidad de 63


obtener un espacio de expresión juvenil, en donde los estudiantes puedan dar a conocer sus opiniones y cultura. Sienten que ese espacio no existe y que los intentos por brindárselos que hacen las autoridades, son sólo una pantalla, una maniobra para tranquilizar­los, pero no para escucharlos realmente. Del mismo modo, los jóvenes manifiestan que preferirían no tener uniforme y que cada uno se vistiera como quisiera. Un alumno es muy claro al enfatizar que prefiere vestirse “sin uniforme, porque eso de que no todos tienen ropa pa’ ponerse es como decir que vales por fuera y no por lo que eres (…) Con inspectores, pero no tan metidos, que nos entiendan, que sepan como somos, que sabemos cosas, que si soy hardcore, punk, nos respeten y sepan que no somos malos de por sí…”.
Por otra parte, los jóvenes valoran positiva­mente la posibilidad de desarrollar actividades en el espacio del liceo, de sentirlo parte de ellos, así como el interés de poder contribuir en su mejoramiento y em­bellecimiento. Esto favorecería la motivación por el es­tudio, el rendimiento, así como un ambiente agradable para todos. Pero como no sucede así, no se observa un interés por parte de algunos alumnos por mejorar o cuidar las salas, ya que no se identifican con ellas y no las sienten como un lugar propio.
Conclusiones
En el discurso de los y las jóvenes referente a su espacio escolar –recogido a través de las entrevis­tas–, hemos podido distinguir una interrelación entre dos elementos: el espacio físico y el espacio social, los que si bien son distintos, dependen uno del otro. Den­tro del espacio intermedio que surge entre ambos (el espacio físico-social) aparecen contrapuestos otros dos elementos centrales: lo disciplinar y la relación con la naturaleza. Todos éstos atravesados por la experien­cia vivida por los jóvenes en el espacio del liceo.
Los relatos del alumnado nos hablan, así, del espacio escolar como un espacio vivido, experimenta­do como un lugar que los constriñe y limita, que los oprime, el que generalmente es definido en oposición al espacio natural y abierto, tan escaso en los liceos municipales, y del que señalan sentir tanta falta.
Al ser representado el espacio escolar como prisión, como cárcel, impide a los estudiantes identi­ficarse con él. De esta forma, el liceo no está favore­ciendo la construcción de personas sanas y autónomas, sino por el contrario, más bien enfermas y autómatas, producto de una sociedad alienada, que está constante­mente obligando a los jóvenes a adaptarse y someterse, relegando al plano del desorden y la rebeldía –la des­obediencia–, toda expresión de su cultura. Los alumnos deben vivir, entonces, su negación: ser jóvenes sin po­der serlo, ya que el sistema que los “educa” significa sus prácticas juveniles como “malas”, disruptivas, siendo por esto muchas veces reprimidos y castigados.
Como hemos visto, el espacio físico de los li­ceos es un factor importante en el proceso educativo, tanto por lo que restringe como por lo que posibilita, siendo a su vez, para los jóvenes, el espacio de encuen­tro e interacción social por excelencia. Por lo tanto, re­sulta sumamente relevante la toma de conciencia que puedan hacer los actores educativos de este aspecto; ya que, como el espacio (y los valores sociales asociados) es un elemento tanto más configurador cuanto más implícito. En relación a esto vemos cómo las lecturas del currículum oculto, así como del panoptismo, siguen plenamente vigentes en las instituciones escolares.
Cabe entonces preguntarse por las implican­cias psicológicas que para la formación de la identidad tiene la experiencia carcelaria que viven los alumnos. En este sentido, y como una forma de favorecer el pro­ceso de lograr una identidad positiva, debemos poner mucha atención en cómo los mismos jóvenes sugieren que el sistema se modifique. Esto es, dándoles un rol protagónico en la generación de una transformación, devolviéndoles el rol de co-constructores de su espacio.
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